THANKSGIVING (2023), dir. Eli Roth: AHORA SÍ LO PODEMOS DECIR: REVIVIÓ EL SLASHER
A fines del año pasado me encontré viendo la filmografía del Eli, que además de ser reconocido por su amistad con los buenos de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino y por haber actuado en alguna oportunidad, también es reconocido por ser director de cine de género. En su filmografía hay películas correctas como Hostel II y Cabin Fever, irregulares como Green Inferno y Death Wish, y, hay que decirlo: pésimas, como lo es Knock Knock, con la que probablemente sea la peor actuación del Keanu.
Pero ahora nos compete hablar de su último trabajo, Thanksgiving. Nos ha dado en esta oportunidad un slasher hecho y derecho, un film mucho más redondo que la que había hecho previamente. Uno de esos de corte clásico, que además no cae en la pavada de intentar copiar a los exitosos (véase Scream y Halloween, las buenas), como sí hacen los directores de dichos remakes, más bien relee aquello que existió previamente y se encarga de poner en la mesa cuestiones como son la historia, la importancia de las tradiciones y, también se permite hacer una reflexión sobre el consumismo imperante.
El humor aparece como en las grandes películas del género en los lugares que debe aparecer, sin predominar en la primera historia de forma burda, como lo ha hecho el buen Wes Craven en aquellas cuatro películas. No hay personajes constantemente vomitando en líneas de diálogo lo que el espectador debe pensar, ni riéndose de un subgénero, pero sin redoblar la apuesta y quedándose en la tibieza de la crítica expositiva. Acá Roth pretende reconstruir el tan presente cine sobre asesinos seriales enmascarados, narrando una historia con un contexto particular, y no porque es redituable comercialmente.
Esto con la utilización de la máscara de John Carver que tiene el asesino. El sentido de su uso no es arbitrario: es debido a que este personaje, el primer gobernador de la ciudad de Plymouth, se relaciona con los primeros colonos en EEUU, y se marca muy bien la dualidad: por un lado, está la tradición, que pide reconocer la importancia del Día de Gracias, y por el otro, aquel ligado al consumismo que ha absorbido esta fecha, vaciada por completo de sentido y que se suponía tenía como objeto recordar las cosas que se deberían agradecer, la cual funciona como una visión mucho más humana.
No obstante, la idea de Carver como representación de aquella tradición que fue corrompida supone algo más. Es menester tener en cuenta aquel comentario que se da en la clase de historia sobre el arranque de la festividad y su relación con pueblos originarios de América del norte. El mismo puede parecer una breve mención sobre algo mucho más complejo, sin embargo, pesa mucho más en dicha representación, ya que la película comprende que la idea de lo tradicional deteriorándose frente a la modernidad, no impide el desarrollo de esa otra cuestión ligada al pasado. En este sentido, el hecho de que Carver sea quien viene a castigar dicha profanación por otra parte logra, si se quiere, recordar también que su origen se encuentra manchado con sangre.
El enmascarado culmina con la vida de todo aquel que formó parte de la estampida violenta y saqueo de una tienda comercial en la noche de acción de gracias en el arranque de la película, un año antes de arrancar con la masacre. Así la representación kármica del pasado que resurge de las tinieblas para cobrar aquello que fuera inmoral y poco correcto, se transforma en algo simbólico, gracias a la idea política y social adquirida. Y lo interesante es que se termina dando una condena a esa visión individualista, que se enajena de la búsqueda del bien común y que tiene como objeto sostener así mismo como individuo.
Roth y su mano derecha, el guionista Jeff Rendell, deciden de forma brillante que la situación se le dé a conocer al asesino gracias a la imprudencia centennial, en paralelismo con esta idea de la sociedad que tiene como único fin consumir por el mero hecho de consumir, por el video filmado y viralizado por uno de estos jóvenes en el supermercado, generando así el interés de este en atacar a ese grupo de amigos y a la protagonista, quien (no es casualidad) es hija del dueño de esa gran empresa.
La forma de vencer al villano en cuestión, es decir, a esta tradición que busca recuperarse pero que también simboliza un pasado lejos de estar pulcro, se deberán unir y resignificar ciertos elementos clave para entender eso mismo que la película codifica a la perfección. Que el pasado, sea cual sea, no tiene que culminar con el respeto de un pueblo para con sus tradiciones. Por ende, Jess lo hará explotar junto a un gigante pavo “inflable” que simboliza, valga la redundancia, la inflación de dicha festividad y para ello va a usar un mosquete (arma tradicional que usaban los colonos), parte del mismo pasado que debe ser comprendido, pero no olvidado, reemplazando sus balas por aquel amuleto que le dio su madre, el cual funciona como representación de aquello inmediato y retoma el valor real de esa fecha: lo familiar.
Roth, de forma excelsa, imparte de manera sobria y efectiva, con una utilización de la espacialidad y con unas muertes filmadas de forma excelsa, los recursos que más destacan en el subgénero, sin que esto se vuelva un mero artificio sanguinario del gore (ese mal que aqueja a mucho cine de terror fomentado por los mismos fanáticos) y le adosa una significativa parafernalia de referencias irónicas (repito, sin el cinismo de la autoconsciencia actual) sobre la sociedad norteamericana. Acá los de derecha, quienes profesan el armamentismo, hombres, mujeres, blancos, negros, sufren la misma suerte, y Eli no compra con ninguno de ellos.