PERFECT DAYS (2023), dir. Wim Wenders: SEGUIR EN LA BURBUJA O ENFRENTAR A LOS FANTASMAS
Hacía seis años que no veíamos al alemán en la gran pantalla, pero su retorno ha sido digno de gran cineasta de ficción que supo ser, uno de esos que ya parece haber vivido mucho para poder plasmar y dar a conocer su mirada por la experiencia. Aquí, Wenders se propone ir más allá y reflexionar sobre el mundo que nos rodea. En el cine, las historias empiezan cuando los protagonistas llegan de trabajar o cuando algo especial los saca del hastío laboral. O, si se muestra un trabajo alienante y reiterado, suele ser de una manera asfixiante y opresora, no existe la posibilidad de ser felices allí. Aquí se presenta un cambio de paradigma.
Hay que detenerse antes que nada en esto: lo meritorio que significa el transmitir a través de la puesta en escena la repetitividad sin agotar: ¿cómo permitir entender la existencia de un acto continuo, de una rutina, sin necesidad de mostrarla hasta el hartazgo? En ello juegan varios factores: la elección de encuadres diferentes, la continuidad del sonido, la tensión y el tono de los actores, los elementos que figuran en los planos y la manera en que se nos presentan. Desde la sobriedad, el director de París, Texas, redobla la apuesta: ¿cómo transmitir la noción de que algo infinitamente rutinario pueda llegar a romper con lo establecido?
Hay que tener en cuenta también el hecho de mostrarnos a un protagonista con un trabajo que, uno puede respetar, pero no puede considerar interesante del todo, ya que no propone demasiada ruptura ni genera que uno busque indagar permanentemente en lo que allí pueda suceder, en la tarea que involucra la limpieza de baños públicos. En esa dinámica, tendremos a un personaje dispuesto, con actos mínimos, a hacer de la realidad y la cotidianeidad de los demás algo mejor y más bello, ya sea jugando al ta-te-ti con una persona que no conoce, llevando a una niña perdida con su madre (aunque esta lo desprecie en su reacción) y el dar a conocer música y libros a nuevas generaciones, en una sociedad en la que tecnología y la inmediatez gobiernan por completo. Toda una declaración de intenciones.
De hecho, entre los diferentes tópicos que el alemán pone en la mesa, aparece esto como disparador, al evidenciarse aquí la distancia que hay entre lo digital y lo analógico, especialmente cuando aparece su sobrina y el interés amoroso de su compañero de trabajo, marcando la diferencia entre generaciones y cómo fueron mutando los estilos de vida, la mirada del tiempo y el valor de las cosas por sobre la evolución e inmediatez de las máquinas (Spotify versus el casete). Interesante también que el compañero de trabajo de Hirayama vea a esta cinta como algo netamente comercial para tener plata para salir con su interés amoroso, y que eso desemboque en que el protagonista le dé la plata a este, antes de venderlo y así resignar su música de todos los días.
Pero no es todo color de rosas: a Hirayama lo ronda el temor a la muerte, al paso del tiempo, esto surge con cada nuevo lazo y persona que se le presenta. Sin embargo, con ese choque de realidad, ese despertar (que le importe posta, como dice Tini en uno de sus últimos temas) acerca de la vida que se está perdiendo también lo hace tambalear. En definitiva, obligarlo a salir de esa rutina tan medida es también que se tenga que enfrentar a esos sentimientos tan conflictivos que lo desacomodan y que busca “limpiar”. Es el salir del individualismo para conectar con aquello que en definitiva le da significado a la vida: la conexión con los demás, en este caso, con ese turbulento pasado familiar que lo ha invitado a alejarse en su momento.
Wenders lo transmite de manera muy sutil, con algún barrido, un zoom abrupto, un desenfoque o incluso la supresión de estos eventos rutinarios momentos donde vemos estas transformaciones en la vida del protagonista, el cual responde al personaje aislado, taciturno, que remite inevitablemente a dos de sus más importantes películas: París, Texas y Wings of Desire. El hombre que nunca termina de ser en su totalidad, desgarrado entre el peso de los pecados cometidos y el autodisciplinamiento para alejarse de ellos. En esta ocasión, las alegorías desaparecen y reduce las explicaciones al mínimo, casi convirtiendo a Hirayama en un recipiente a completar, para que lo llenemos con aquellas vivencias personales que nos aprisionan y nos movilizan.
El final es excelente y en el mismo converge la dualidad que se le presenta. Va a tener que decidir si romper con ese caparazón que involucra años de escapismo o tomar esa importante decisión que le encomendó el ex marido de la señora del restaurant, en esa tremenda escena llegando sobre el final. Esto le pega y desacomoda por completo, y ahora lo tenemos de frente en un primerísimo primer plano, en el que los sentimientos están a flor de piel y terminar por explotar. Esa última decisión nos interpela por completo, ya que nos pone en su lugar y nos dice que hay que afrontar aquellos fantasmas y pensar en el hecho de hacerse cargo y también en involucrarse colectivamente.
Desde mi punto de vista, no creo que Wenders esté diciendo “todos deberíamos disfrutar de la labor del día a día y amar esa rutina”, sino que creo intenta exponer que hay que ser felices como se puede, en el contexto en que uno se encuentre. Espero les haya gustado, hace rato andaba con ganas de hablar sobre esta película que me ha calado hondo y me ha hecho meditar bastante sobre temas que me aquejan y me interesan, en estos tiempos donde todo parece tan desdibujado. Si la vieron, me cuentan qué les pareció.