COMPANION (2025), dir. Drew Hancock: Escapando de la solemnidad
En una era de discusiones extensas, en la que las charlas sobre la misoginia o la tecnología están en boca de todos, que abundan en la realidad y en la virtualidad, Companion llega como un viento frío en febrero, que nos despeina y nos lleva a otro lugar. Una película que permite ser lúdica y contundente a la vez, que se adentra atrevidamente en temas que uno esperaría que aparecieran con discursos más cercanos al panfleto y a la solemnidad que a una propuesta con matices, y más teniendo en cuenta la era sobreestimulada y sobresaturada que vivimos, con Black Mirror agotando todas las variables habidas y por haber, generando que casi todo lo tecnológico termine por resultar agobiante.
Una película que pasa por diferentes géneros como son la comedia, el terror, la ciencia ficción y el drama, sin aleccionar (pierde sutileza en el tercer acto quizá, pero eso no arruina lo construido), con un guión que siempre está dos pasos adelante de uno, con diálogos con doble sentido que revelan la situación del personaje de Thatcher, que va a estar innovando permanentemente y con plot twists bien empleados, que van ganando relevancia y que tienen coherencia en la trama, como esos flashbacks que sirven para dimensionar el por qué se va llegando a diferentes situaciones.
El debut cinematográfico de Drew Hancock se mete de lleno en su disparador, examinando cómo la tecnología casi se ha propuesto universalmente como un chivo expiatorio de los males sociales y que la culpa no es unilateral: el interpretado por Jack Quaid, el protagonista masculino de la película aprende esta lección a las malas. Es interesante que la película decida presentarlo con una escena romántica “idealizada” en un supermercado, en donde se lo ve sonriente y haciendo un chiste con el personaje de Iris. Esto, entendemos después, es una mentira, que generó el propio protagonista para moldear recuerdos falsos en la vida de ella. Ahí se exhibe su condición de impostor, y entenderemos después lo que esconde en esa fachada. El hombre pervirtiendo a la máquina para poder hacer el mal.
Ella, un robot más que agradable, fue configurada para ser la pareja ideal, y deberá hacer frente a la toxicidad de su novio, sin saber hasta cierto giro que no es un humano, sino que es una máquina. Esta revelación (expuesta en ese trabajo de marketing no muy lúcido) nos pone a tono y es cuando realmente empieza a mover los hilos la película. Los matices feministas de la película son particularmente sorprendentes, ya que explora cómo nuestra protagonista, Iris, navega en un mundo y una relación en los que su capacidad de acción se ve constantemente desafiada. Son temas como estos los que tienen sentido para una película que explora la inteligencia artificial, por supuesto, pero también tienen sentido simplemente como una película que expone muy bien las dualidades en los comportamientos masculinos.
En plena cultura incel, que expone una mirada bastante oscura sobre la mirada del hombre hacia la mujer y la falta de realización, la película expone un camino de ida sin retorno, un descenso a los infiernos, con un personaje enojado, que se siente solo, que necesita una compañera, pero moldeada, pensada a su merced (véase la escena en la que vemos la configuración que tenía el personaje de Iris, con bajos índices de inteligencia, claro signo de ese miedo del personaje masculino de sentirse inferior), exponiéndose los métodos de control sutiles que llevaba a cabo el joven.
Los guionistas y directores han indagado desde hace mucho tiempo en la psique de los hombres aislados, siendo el mayor ejemplo que se me viene en estos momentos el de Travis Bickle, personificado por Robert de Niro, en un camino de frustraciones y desolación del que no se puede escapar. Hombres cuyas frustraciones con la impotencia de no poder concretar se manifiestan de formas cada vez más oscuras, consumidos por la decadencia social, como Travis, o enojados por las decisiones tomadas por la mujer que desea, como se da en el caso de Josh.
A diferencia de películas similares, como son el caso de Megan o Ex Machina, por nombrar algunos ejemplos, esta no es solo una película sobre la tecnología que salió mal, sino sobre nosotros, los creadores defectuosos de las máquinas, como advertencia de la mala utilización de estas. Desde las empresas, que venden estas máquinas, sin ningún control especial, liberándose de culpas, hasta su inquietante exploración del sexismo, y su agudo comentario sobre las formas en que abusamos de la innovación para mantener las dinámicas de poder existentes, Companion se encarga de salir un poco del cliché de la "IA que salió mal".
Así como tenemos esta relación, también tendremos la de la pareja amiga, tambjén integrada por un robot y un humano, pero en esa veremos un vínculo mucho más real, la otra cara, donde sí existe un verdadero afecto. En todo ese nuevo descubrir, ella irá adquiriendo las emociones propias de los humanos, tomando lo mejor de estos, en contraposición de su pareja, pudiendo adquirir conocimiento y utilizando la tecnología para cuidar su integridad: empieza a usar el teléfono para poder mejorar sus habilidades, el cambio de voz para sobrellevar la situación con el policía y para utilizar el auto moderno para poder escapar. También deberá dejar esa pureza con la que fue constituida y mostrar su lado salvaje para hacerle frente al enemigo.
Con una trama bien escrita que equilibra la sátira mordaz y la tensión psicológica, Hancock pone sobre la mesa los peligros de la inteligencia artificial, y también que los humanos, más precisamente los hombres, deben hacer un mea culpa en sus conductas y tratos en sus vínculos sexoafectivos. Al mismo tiempo, sus tintes de comedia y el alejarse de la solemnidad impostada la hacen crecer. Thatcher domina los momentos de humor, el director de fotografía Eli Born crea una atmósfera inquietante, y lo más importante: tiene grandes planos, está filmada como se deberían filmar las películas de estos géneros.