BLOW UP (1996), dir. Michelangelo Antonioni: LAS ALTERACIONES QUE PUEDE PRESENTAR LA MIRADA
Estamos aquí reunidos en un nuevo texto para hablar de una de las películas más importantes de la carrera de Michelangelo Antonioni. Considerada por muchos un referente de las nuevas formas de creatividad cinematográfica que surgieron a mediados del siglo XX, esta obra se encuentra basada en un cuento de Julio Cortázar y es un retrato concreto del Swinging London de los 60´s, apoyándose en aspectos como la fotografía profesional, la moda, la pintura y la música. Además de ser eso, en una apasionante e inquietante película que lleva a los espectadores a reflexionar sobre la percepción de la mirada, que intenta distinguir entre lo que es real y lo que simplemente creemos que es real.
Cuando se dice que una película ha “envejecido mal” (y esa es una expresión que se ha aplicado repetidamente, y también con esta obra) hay que tener mucho cuidado: en un primer lugar, porque es un tanto arriesgado tomar en serio este juicio, que proviene de una sociedad que huye temerosa de toda forma de envejecimiento. Y, además, ¿qué sería envejecer mal”? ¿Quedar anticuado? Aplicado a personas concretas, la expresión envejecer mal parece intuitivamente clara para casi todos. Sin embargo, en una creación artística, la valoración se vuelve una frase que no conduce a ningún pensamiento que lleve a ganar un conocimiento.
Porque, tal vez, el trasfondo de todo esto es que una película así sería imposible de hacer hoy en día. Esto significa que la audacia, las innovaciones que representó, o los valores morales que defendió, que hoy nos parecen extraños, confusos, incluso escandalosos, para reducir la desigualdad en nuestra percepción, la llamaríamos obsoleta, sin poder dilucidar que tal vez nosotros mismos estamos obsoletos y nuestro progresismo complaciente involucra dar varios pasos para atrás.
Hay que destacar que en la época que tuvo lugar, las Nuevas Olas del cine (en Francia el caso más concreto) atestiguan cambios en el lenguaje y cambios en la mirada, en el modo de ver y, por tanto, de contar con imágenes. Se trata de una verdadera exploración de los límites de la palabra y de la observación. El italiano había traspasado un umbral, en su propia filmografía, con Deserto Rosso. Además de introducir el color (con toda su carga simbólica), una mirada sobre las relaciones del hombre con su mundo y la idea de un auto extrañamiento emergen con fuerza, además de la importancia de la incomunicación, un estandarte en su obra.
En cada momento de la historia, las diferentes sociedades y tipos de culturas han expresado sus propias formas de “malestar”, tanto en los libros, como en la música, y como lo que aquí nos compete: el cine. Y es ahí adonde apunta la mirada cinematográfica de Antonioni. Blow-Up se subtitula Deseo de una mañana de verano, esto una evidente referencia a Shakespeare, y que acontezca en Londres no es casual. Una correspondencia en la que “deseo” sustituye a “sueño” y lo diurno, a la noche. Es decir: algo del deseo se juega a plena luz del día, del mismo modo que por la noche gobierna el sueño. Permanente realidad y deseo, donde también entra en juego la fantasía.
El protagonista, nombre al cual no accedemos de forma directa, funciona como un Ulises moderno y recorre el Londres de los 60´s en una odisea particular. Sabemos desde el principio que es un fotógrafo notable, lo cual nos sitúa directamente en la cuestión de la mirada y de la pulsión por conocer. También, gracias al vecino del protagonista, que es artista plástico, se nos introduce en el problema general del arte. Este vecino despierta una advertencia: pinta cuadros abstractos en los que representa un caos en el que nada se logra dilucidar, ninguna forma u objeto se puede reconocer. Pero, según expresa él mismo, y así como hace el espectador, al cabo de unos días de observar la obra, alguna línea, algún rasgo comienza a tomar forma o sentido en la tela. Metáfora de la vida y el cine, que a veces, y después de un proceso de reflexión, se encuentra o, al menos, se puede intentar encontrar alguna la respuesta.
Una de las tantas ideas interesantes que tiene el largometraje es que todos los personajes viven en una constante y vertiginosa intención de ir adelante. El protagonista es un hombre en un constante frenesí, no tiene tiempo para nada, como él mismo dice, ni siquiera para operarse un órgano vital, que le permita seguir con su vida. Esa aceleración, como genera el LSD en el ritmo cardíaco o cualquier otra droga, es un estupefaciente, que funciona para perder la conciencia por un rato. No pensar, para aislarse, para evitar chocar de frente con lo evidente.
En Blow-Up los personajes se persiguen y rehúyen constantemente. No hay verdaderos diálogos, se entrecruzan los monólogos. Cada uno persigue su propio deseo, imposible de comunicar, inclusive a uno mismo, prima el desencuentro. Hay también una pregunta sobre la realidad, ya apuntada a través del artista. Tenemos la idea de vivir en una realidad consistente, impregnada de conocimiento científico, pero que a decir verdad está basada en el campo visual: es real lo que vemos, pero ¿es real todo aquello que vemos? No es necesario recurrir a delirios místicos para poner en cuestión la consistencia de la realidad. La subjetividad se encarga de distorsionar la percepción, con procesos psicológicos básicos que nos revelan la ambigüedad esencial de lo que mirar significa.
Hay que detenerse en un momento clave en la película, que en su aparente simpleza dice algo más. En este, Thomas se dirige por error a un parque, donde ve a una pareja a la que fotografía en varias ocasiones. La mujer se percata de esto y se aproxima a él para pedirle que le de esas fotos. Yendo a fondo, básicamente lo que le exige es que el secreto quede oculto a la mirada de los demás, le insta al protagonista a que no vea lo que el “revelado” del negativo va a mostrar. Literalmente, tenemos ante nuestros ojos un secreto que hay que “revelar”.
Pues bien, lo que se encuentra nuestro protagonista al obtener las fotos es, en primer lugar, que la mujer mira a otro sitio, a un “fuera de campo” de la fotografía (lo verídico). Comienza a investigar, a través de la perspectiva, el objeto de la mirada de ese rostro femenino que expresa de alguna forma pánico y angustia. Al hacer una ampliación de las fotos, descubre primero una mano, oculta entre los arbustos, que sostiene una pistola (no es casualidad, ya que un objeto que, al igual que una cámara fotográfica, “dispara”); posteriormente, cuando agranda la imagen, se distinguen los pies de un cuerpo que yacía en el suelo.
En un primer momento, el interpretado por David Hemmings piensa que evitó un asesinato. Pero no queda convencido. Vuelve al lugar del “crimen” y en la noche nota el cadáver, pero, pequeño detalle: ha olvidado su cámara de fotos. Un olvido más que extraño, si tenemos en cuenta que su cámara es una extensión de su cuerpo. Este olvido, que es el verdadero acto fallido, implica que no podrá dar pruebas del crimen del que él, a través de la cámara, ha sido testigo. En la mañana el cadáver desaparece. No ha sido descubierto, no desapareció, se ha esfumado. O quizá fue una ilusión. ¿Es real lo que vemos? ¿Y lo que no vemos? Mirar sin ver, mirar hacia otro lado, no querer observar. Toda una dialéctica de la mirada.
Así como esa banda de adolescentes desenfrenados se imaginan un partido de tenis para divertirse y pasar un buen rato, tal vez lo mismo sucede con el protagonista para tener un rayo de luz en su vida, recubierta afuera como placentera, pero por dentro podrida y aburrida. Porque creo que es algo común, el aferramos a cualquier cosa para poder aislarnos y salir de la angustia, mientras se pueda. Me cuentan si la vieron y si no, la ven y después leen este texto.