TRAP (2024), dir. M. Night Shyamalan: Y COMO MANTENER LA LLAMA DE HITCHCOCK VIVA
Cuando nombramos a M. Night Shyamalan, hacemos referencia a alguien que es director de cine, pero que también es padre y alguien preocupado por la humanidad, la familia y la unión, y podemos ver cómo esto se manifiesta permanentemente a lo largo de su filmografía. En años recientes, sus características historias de suspenso y sobrenaturales han ganado una dimensión emocional mayor gracias a historias en las que las preocupaciones de los padres han estado al frente y al centro.
En Old, una premisa fantástica sobre el envejecimiento acelerado le permite retratar a una pareja en conflicto permanente y que lidia con el inevitable paso de sus hijos a la adultez. Entra en juego, como en The Village y otras tantas, la idea de la fe: en dicha película, se personificaba en una figura de amor ciego y bondad cargada de inocencia, pero en la película estrenada en plena pandemia son los dos hijos los que se ponen la situación al hombro y logran escapar de la isla.
Shyamalan expone nuevamente un problema que sobrepasa a los personajes, con el que no pueden lidiar porque no lo conocen, de un mundo que ha empeorado mucho desde sus primeras películas. Aquí abunda el pesimismo (en Trap ni hablemos) y parece decirnos que la esperanza para la sociedad, tan profundamente arraigada a esta despersonalización e individualización extrema, tiene que estar en las nuevas generaciones (algo que podría conectarse con sus hijas reales, pero no nos adelantemos).
En Knock at the Cabin, una pareja es atormentada por la imposible decisión entre su fe, la familia y la supervivencia de ellos mismos y su hija. Es interesante porque, lo que creía que podía ser contemplado con unos ojos apáticos, pero a la vez esperanzadores como lo hacía la familia en Signs o los vecinos de Lady in the Water, acá ya no se da, porque ha quedado desplazada la idea de colectividad. Ya no hay tiempo para que los personajes desconozcan del otro; la comunidad es el mundo y la sociedad, por más que el aislamiento pareciera exponer algo disímil. Es tal la desolación que plantea, que la creencia debe apuntar a la existencia de un bien colectivo dentro de la tragedia, no a la maldad. A pesar de todo esto, hay un halo de esperanza, una posibilidad de salida.
Su última película estrenada en cines ontinúa esta tendencia. La película sigue a Cooper, un asesino serial que acompaña a su hija adolescente Riley al concierto de Lady Raven (hija del director), su estrella pop favorita, solo para entender que el concierto mismo es una trampa diseñada para arrestarlo. Shyamalan vendió la idea como “The Silence of the Lambs en un concierto de Taylor Swift”, pero la nueva obra del indio se sale un poco de esta reiterada fórmula y de la de otras películas preocupadas con los detectives encargados de atraparlo, al asumir el punto de vista de Cooper.
Vivimos una situación moral ambigua como espectadores. La película pide que nos identifiquemos y hasta tengamos empatía con alguien que sabemos que ha cometido un asesinato y que seguramente no va a ser la única vez que lo realice. Pero es también, como las dos películas anteriores de Shyamalan mencionadas previamente, una metáfora totalmente acertada sobre la experiencia y los dilemas de los padres. Cooper, claro, quiere eludir a la policía una vez más, pero también evadir de Riley su lado criminal. Su tarea es ser un padre ejemplar y buscar el construir un espacio seguro para que su hija pueda vivir con relativa tranquilidad e inocencia. Hacerlo implica esconder sus propias preocupaciones, incluso cuando lo que lo preocupa es matar a otras personas.
La premisa misma estira la credibilidad, pero es parte de trabajar la idea del artificio con total lógica. ¿Por qué un asesino serial tan preocupado con pasar desapercibido se expondría asistiendo a un evento tan concurrido y vigilado? Shyamalan le da una arista de humanidad a este personaje, y enriquece esta idea con detalles que hacen de la convivencia de padre e hija tan grata y convincente. Cooper disfruta de hacer los típicos chistes de actualidad que avergüenzan a cualquier adolescente y la graba entusiasmado cuando ella se pone a bailar con otras asistentes al concierto. También hace lo mismo con otros personajes, intentando en su fachada ser la mejor persona posible, valiéndose de la amabilidad e inocencia de quien vende remeras (expone que es bombero, un oficio respetado en la sociedad), como intentando salvar a una chica desmayada, aún sabiendo que, mientras no lo ven, es artífice de la antítesis doble: haciendo que una chica "se queme", esto relacionado con su profesión, y tirando a una chica mareada de las escaleras.
Hay un contrato con la audiencia, aunque la misma en muchas oportunidades esté en contra de las reglas "ridículas" que propone la película (una constante de la crítica, que no perdona a Shyamalan pero sí al blockbuster de superhéroes de turno), pero se entiende que la intención es justamente hacernos cómplices de todo lo que veremos, como si de un ensayo permanente se tratara. En este sentido se da la búsqueda por sacarle el rédito al a dicha condición y tener al espectador atado, porque el placer de mirar (Hitchockeano) también requerirá de un compromiso moral. El verosímil tiene un tono satírico y que roza el humor negro: esta tanto desde la mirada del interpretado por Hartnett como por el mismo Shyamalan y la nuestra la que logra ridiculizar al espectáculo y a sus personajes, que son a la vez parte del espectáculo que supone la vida moderna.
En esta prima el rol, la performance que hacen tan cansadora a la vida cotidiana. Gozamos porque por fin hay una mirada cómplice preocupada por lo verdadero, pero no hay que obviarlo: todo este disfrute es posible porque observamos desde los ojos del mal. Cooper encarna el mal, un mal absoluto que al igual que el diablo se disfraza y se nos presenta de una forma diferente. Será esa su mayor virtud durante toda la película. Se hace pasar por empleado para escuchar a la policía, por cocinero para huir por el tejado, llega a inventarle una enfermedad a su hija para pasar tras bambalinas, incluso se hace pasar por un padre de familia inocuo cuando es un asesino sin escrúpulos. Además de las reiteradas veces que finge una situación para escapar, disfraza la nostalgia, ligada a la infancia y su compulsión como último acto para salirse con la suya.
En su lugar, Shyamalan prefiere divagar y llevarnos por lugares inesperados, fascinantes a su manera. En una curiosa inversión del giro de tuerca de Psicosis de Alfred Hitchcock, donde la fugitiva Marion Crane cede la batuta del protagonismo al asesino Norman Bates, el film eventualmente viene a centrarse en el punto de vista de Lady Raven. Es una decisión que no es para nada arbitraria, tiene total sentido si uno nota que Saleka, cantante y hija del director en la vida real. Hablamos de una película sobre un padre dispuesto a todo por su hija que se convierte, de manera inesperada, en un vehículo para darle entidad al personaje de Saleka. Y hay una mirada interesante en torno a sus características.
La primera vez que la veremos en la película será en un auto, estampada la remera de la hija. A partir de eso, el director nos expone la idea de lo comercial. Ella es una cantante de pop, género comercial e injustamente bastardeado muchas veces, con una idea errónea de que el mismo es banal y superficial. Entonces, lo que hará Shyamalan es sacar a Lady Raven, y por ende al pop, de ese lugar bastardeado. ¿Cómo lo hace? Con la complicidad de Cooper. Este querrá usar a la cantante para huir de la trampa del recital, pues es su única posibilidad concreta de escape. En cierto sentido, la subestima: esto lo vemos en lo poco que entiende la obsesión adolescente con esta artista, cuando mira a su alrededor y ve que todos tienen celulares (interesante que sea Lady quien lo exponga con su aparato tecnológico en esa escena clave) y la descarte como alguien que pueda arruinarle su salida. Es ahí donde "le da vida" a la artista musical, a quien le deja ser la única que logra lidiar con semejante persona y ponerlo en jaque ante los ojos del mundo.
Por qué se nos viene Psycho, por qué se nos viene el maestro británico. Primero, por lo básico, que Josh Hartnett está muy parecido a Anthony Perkins: los ojos y las cejas son especialmente similares, y es imposible que sus expresiones y esa actuación tan dual no nos recuerde a dicho actor. Después, por la riqueza del subtexto, pues a lo largo de Trap la psicología va adquiriendo una mayor relevancia y se nos recuerda que los psicópatas son resultado de padres monstruosos.
Varios personajes intentan evocar a la madre de Cooper para manipularlo hasta que él la ve en una alucinación. Recordemos que la única figura capaz de controlar a Norman Bates en dicha obra maestra era también su madre. Aquí es Lady Raven quien le habla imitando a la figura materna, y también la oficial del FBI, una que es similar físicamente y está especialmente implicada en la operación para atraparlo. Shyamalan no solo declara con esto su admiración por Hitch, sino que le da continuidad a su historia de un hombre perturbado por el maltrato de su madre para narrar su propia y exagerada monstruosidad: hasta donde sabemos, Shyamalan nunca ha abandonado a su familia y más bien ha apoyado sus carreras recientemente produjo The Watchers, de su hija Ishana, quien antes dirigió varios episodios de su serie Servant. Cooper, entonces, funciona como una representación de los miedos del director. Trap le permite vivirlos de manera irónica y no ser solo el dueño del público y sus emociones, sino uno más en la sala.
Acá somos acérrimos defensores de M. Night Shyamalan, y esto va más allá de que es un director disruptivo. Es un autor, que va teniendo coherencia narrativa a lo largo de su obra, que puede que en sus primeras historias no cierre todo con moño, pero que tiene una búsqueda constante en su subtexto, tratada aquí y en toda su obra, de una riqueza y profundidad notables, metiéndose en el género y proponiendo siempre innovar, aun sabiendo que está todo inventado, pero sin olvidar que antes hubo cine y teniendo en cuenta a los grandes maestros de la historia del séptimo arte. Agradecido siempre ante cada "concierto" de este hombre, y esperemos que haya muchos más.